Aquella hora era de la madre
                          cuando salía
después de hacer malabares
con su hacienda y tiempo
                         de la cocina,
donde el padre para reponer fuerzas
hacia un alto en el caminar del día.

Ambos, conteniendo el cansancio,
eran puro amor, en aquella hora
                              bendita.

A esa burbujeante hora
    la casa vibraba en olores
       alrededor de la mesa
                 envolviendo a la familia
         en días de tránsito y crecida
      anegando los sentidos
    de tres niños inquietos
dispuestos para la vida.

En la hora aquella
donde la siembra sucedía,
aprendieron del silencio
a entenderse con miradas
y a regar el presente de armonía,
mientras nuevos sabores
sorprendían al sosiego
y hambrientos paladares
de intrigantes medios días.